“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo” Ap. 3:20
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No le abrimos porque nos escondemos, porque al estar pensando en otras cosas no escuchamos cuando nos llama; o simple y sencillamente por conveniencia propia. Ya que sabemos que nuestra casa (corazón) no está limpia ni ordenada.
Jesucristo no hace distinciones entre una casa y otra; no pide una morada de lujo, al contrario entre más humilde sea, es mejor. Tampoco entra a la fuerza, sino que nos da la oportunidad de elegir entre abrirle o no dejarle pasar.
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Ayudemos a nuestros semejantes, seamos humildes, estemos firmes, oremos en todo momento, para que cuando Dios toque nuestra puerta, le dejemos pasar y Él vea que nuestra casa está en las mejores condiciones.
No temamos en recibirle, no perdamos la ocasión de sentarnos a la mesa y cenar con el Rey de Reyes. No dejemos pasar más tiempo viviendo sin CRISTO, Él trae hasta nuestra puerta sus bendiciones, paz, amor, felicidad y prosperidad.
La próxima vez que Dios vuelva a llamar a la puerta, no dudemos ni por un instante en hacerlo pasar para que podamos disfrutar de todas sus bondades y así, alcanzar la gloria eterna que nos ha prometido!
Que Dios bendiga todos tus caminos.
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